Exploding Fuel Tanks - Saga of Technology That Changed the Course of the Pacific Air War
De vez en cuando aparecen en el mercado libros que ofrecen una nueva perspectiva de algún suceso o situación. Muchas veces el resultado no es bueno, pero cuando lo es, es todo un soplo de aire fresco. Por suerte, la obra de Richard Dunn está entre los segundos.
Este libro, producido y editado por el mismo autor, pretende desmontar algunos mitos de la segunda guerra mundial (SGM) en el pacífico: los japoneses no se molestaron en proteger los pilotos con blindaje y sobre todo con depósitos autosellantes.
El autor desmonta este timo a lo largo de los 12 capítulos del libro. En la primera parte explica las tecnologías disponibles y analiza aviones de finales de los años 30, comparándolos con sus homólogos japoneses. El resultado no es desfavorable. Por ejemplo, los Spitfire producidos en 1939 no disponían de muchos sistemas de producción aplicados justo antes de la Batalla de Inglaterra.
El libro continua con la guerra en el Pacífico, analizando los primeros meses (Pearl Harbour y Midway). Los cazas japoneses no se mostraron mucho más débiles que los americanos, además las condiciones meteorológicas causaban problemas en los depósitos autosellantes (la goma se despegaba debido a la humedad). Otros modelos como el Brewster Buffalo sufieron una importante degradación de las prestaciones tras incorporar blindaje y depósitos autosellantes.
Un asunto clave en todo es el armamento en los cazas aliados: casi todos estaban equipados con ametralladoras de .3 o .303. Este claibre (7.92mm) permitía llevar mucha munición con menos peso, pero quedó rápidamente anticuado tras la aparición de calibres de 12.7, 13 y 20mm. Algunos pilotos alemanes opinaban que servían para poco más que dar miedo.
A finales de 1942 y principios de 1943 la situación va empeorando para los japoneses. Los aliados causan graves pérdidas a los aviadores japoneses, que se muestran cada vez más vulnerables. Los P-38 y F4U/F6F llevan un armamento mucho más pesado que los Buffalo/Wildcat, y los japoneses no tienen una tecnología comparable a la utilizada en los cazas aliados en lo que se refiere a depósitos autosellantes.
En 1944 y 45 la situación es tal que docenas de aviones son derribados sin causar pérdidas entre los americanos. Japón tiene un problema grave, y es que no puede producir aviones competitivos en grandes cantidades. Los modelos diseñados desde 1943 cuentan con depósitos autosellantes y blindaje entre los requerimientos, pero son producidos a cuentagotas y tienen muchos problemas de fiabilidad.
El libro termina analizando los ataques de B-29 y la respuesta japonesa. También resalta que en los ataques suicidas sólo se utilizaban cazas anticuados y aviones de entrenamiento. El final me pareció precipitado tras los interesantísimos análisis de las batallas entre 1941 y 1943, pero probablemente se deba a que hay muy poca información sobre esta fase.
El autor logra presentar una teoría muy sólida, aunque muchas de sus afirmaciones se pueden matizar. Por ejemplo, afirma que un Zero (A6M modelo 52) es competitivo frente a un Hellcat a cotas medias y bajas. También cita a un piloto japonés, que en un informe dice que las prestaciones del Zero frente a los Corsair y Lighting son excelentes, y que no ve necesario un sustituto. Todo esto va en contra de lo indicado en estudios americanos. Y estos cuentan con la ventaja de haber podido acceder a un buen número de Zeros. Salvo en un combate cerrado a baja velocidad, el Zero tendría las de perder. Los Hellcat/Corsair estaban mejor armados y protegidos, y gracias a su mayor velocidad podían dictar el combate.
Por otra parte, creo que en alguna comparativa el autor no hace demasiado hincapié en el mayor entrenamiento de los pilotos japoneses. Al principio de la guerra los pilotos de la IJAAF e IJN contaban con un gran número de veteranos de China y Khalkin Jol. Muchos de ellos contaban con más de 1.000 horas de experiencia de vuelo, varias veces más de lo volaba un piloto aliado en tiempos de paz en un año. Muchas de las unidades de la RAF disponían de una mezcolanza de pilotos civiles, veteranos de Europa y novatos que claramente no estaba a la altura. No es de extrañar que la protección sea un factor importante cuando estás barriendo a tu enemigo del aire.
De vez en cuando aparecen en el mercado libros que ofrecen una nueva perspectiva de algún suceso o situación. Muchas veces el resultado no es bueno, pero cuando lo es, es todo un soplo de aire fresco. Por suerte, la obra de Richard Dunn está entre los segundos.
Este libro, producido y editado por el mismo autor, pretende desmontar algunos mitos de la segunda guerra mundial (SGM) en el pacífico: los japoneses no se molestaron en proteger los pilotos con blindaje y sobre todo con depósitos autosellantes.
El autor desmonta este timo a lo largo de los 12 capítulos del libro. En la primera parte explica las tecnologías disponibles y analiza aviones de finales de los años 30, comparándolos con sus homólogos japoneses. El resultado no es desfavorable. Por ejemplo, los Spitfire producidos en 1939 no disponían de muchos sistemas de producción aplicados justo antes de la Batalla de Inglaterra.
El libro continua con la guerra en el Pacífico, analizando los primeros meses (Pearl Harbour y Midway). Los cazas japoneses no se mostraron mucho más débiles que los americanos, además las condiciones meteorológicas causaban problemas en los depósitos autosellantes (la goma se despegaba debido a la humedad). Otros modelos como el Brewster Buffalo sufieron una importante degradación de las prestaciones tras incorporar blindaje y depósitos autosellantes.
Un asunto clave en todo es el armamento en los cazas aliados: casi todos estaban equipados con ametralladoras de .3 o .303. Este claibre (7.92mm) permitía llevar mucha munición con menos peso, pero quedó rápidamente anticuado tras la aparición de calibres de 12.7, 13 y 20mm. Algunos pilotos alemanes opinaban que servían para poco más que dar miedo.
A finales de 1942 y principios de 1943 la situación va empeorando para los japoneses. Los aliados causan graves pérdidas a los aviadores japoneses, que se muestran cada vez más vulnerables. Los P-38 y F4U/F6F llevan un armamento mucho más pesado que los Buffalo/Wildcat, y los japoneses no tienen una tecnología comparable a la utilizada en los cazas aliados en lo que se refiere a depósitos autosellantes.
En 1944 y 45 la situación es tal que docenas de aviones son derribados sin causar pérdidas entre los americanos. Japón tiene un problema grave, y es que no puede producir aviones competitivos en grandes cantidades. Los modelos diseñados desde 1943 cuentan con depósitos autosellantes y blindaje entre los requerimientos, pero son producidos a cuentagotas y tienen muchos problemas de fiabilidad.
El libro termina analizando los ataques de B-29 y la respuesta japonesa. También resalta que en los ataques suicidas sólo se utilizaban cazas anticuados y aviones de entrenamiento. El final me pareció precipitado tras los interesantísimos análisis de las batallas entre 1941 y 1943, pero probablemente se deba a que hay muy poca información sobre esta fase.
El autor logra presentar una teoría muy sólida, aunque muchas de sus afirmaciones se pueden matizar. Por ejemplo, afirma que un Zero (A6M modelo 52) es competitivo frente a un Hellcat a cotas medias y bajas. También cita a un piloto japonés, que en un informe dice que las prestaciones del Zero frente a los Corsair y Lighting son excelentes, y que no ve necesario un sustituto. Todo esto va en contra de lo indicado en estudios americanos. Y estos cuentan con la ventaja de haber podido acceder a un buen número de Zeros. Salvo en un combate cerrado a baja velocidad, el Zero tendría las de perder. Los Hellcat/Corsair estaban mejor armados y protegidos, y gracias a su mayor velocidad podían dictar el combate.
Por otra parte, creo que en alguna comparativa el autor no hace demasiado hincapié en el mayor entrenamiento de los pilotos japoneses. Al principio de la guerra los pilotos de la IJAAF e IJN contaban con un gran número de veteranos de China y Khalkin Jol. Muchos de ellos contaban con más de 1.000 horas de experiencia de vuelo, varias veces más de lo volaba un piloto aliado en tiempos de paz en un año. Muchas de las unidades de la RAF disponían de una mezcolanza de pilotos civiles, veteranos de Europa y novatos que claramente no estaba a la altura. No es de extrañar que la protección sea un factor importante cuando estás barriendo a tu enemigo del aire.
Otro problema del libro es su precio, 30 dólares más gastos de envio desde EEUU. Es una pena que no haya una edición en tapa blanda con un precio más ajustado.
Fuentes y enlaces de interés:
- Exploding Fuel Tanks - Saga of Technology That Changed the Course of the Pacific Air War, de R. Dunn (2011).
- (Enlace oculto)
- Desde aquí agradezco a Miguel Fiz su ayuda para accede a este libro.
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