Una de las cosas que me gustan del Reino Unido es que como país cuida mucho su historia. Y no olvida a nadie. En todos los pueblos se pueden encontrar monumentos a los vecinos que cayeron en todas las guerras desde 1914. Con motivo del centenario de la Gran Guerra, se organizaron exposiciones donde personas hablaban de sus familiares en la guerra.
Todo esto me ha animado a contar la historia de mi abuelo, soldado de infantería en la Guerra Civil Española. Este relato no pretende ser una investigación exhaustiva sobre el conflicto, sino ofrecer una visión de aquel trágico suceso a través de los ojos de un simple soldado de 19 años. Es muy probable que haya imprecisiones; cuando hablé del tema con él ya habían pasado muchos años. He añadido algunas fotos de sus archivos para ilustrar el relato. Se pueden agrandar haciendo click en ellas.
Mi abuelo nació en noviembre de 1917 en
un pueblo de Cantabria, en el norte de España. Su familia se dedicaba al
ganado y la agricultura. Su juventud no fue muy diferente a la de otras
personas de la época. El colegio se compaginaba con el trabajo de casa,
ayudando a tender el ganado y mantener los terrenos. Todo esto dejaba
poco tiempo libre, y nunca se involucró en política.
El
18 de julio se produce en España el alzamiento. La provincia de
Santander siempre ha sido conservadora, pero la guarnición de Santoña
permanece al lado de la república y es determinante para mantener el
control de la región. Casi todo el norte del país queda bajo el control
de la república.
Nada más empezar
la guerra se llevó su primer gran susto. El comienzo de la guerra
coincidió con la romería del pueblo. La política no le interesaba
demasiado, pero la romería sí. Como no encontraba a nadie que quisiera
ir terminó yendo con un vecino que era de derechas. Cuando les vieron
alguien le dijo a la policía que les detuviesen porque eran facciosos.
Por suerte otros vecinos intervinieron y dijeron a la patrulla que para
hacer detenciones, ya estaban ellos (1).
Castellón 7-10-1939. Todas las fotos de carnet son de la posguerra.
Al
haber nacido en 1917, era de la quinta del 38. Sí que fue llamado a
filas antes, pero evitó el servicio porque estaba empleado en la
industria de guerra como tornero. Trabajaba en un taller fabricando
¿liografos? de cobre y picos. Además su hermano mayor, nació en 1915, ya
había sido movilizado.
En 1937
los nacionales conquistan la cornisa norte de España. Primero cae
Guipúzcoa y Bilbao. Posteriormente se avanza hacia Santander, entrando
en la ciudad el 26 de agosto (2). Como precaución mi abuelo decidió
romper un carnet de UGT (sindicato), por si le preguntaban. Se había
dado de alta porque a los afiliados les subían un poco el sueldo.
El 10 de octubre fue llamado a filas. Antes de mandarle al frente pasó dos meses y medio en Solares y Santander (colegio Menéndez Pelayo). Los desplazamientos eran en un tren de pasajeros. Si recuerdo bien había antiguos soldados republicanos que instruían en el uso de armamento, pero estaban muy controlados por si robaban o saboteaban. Fue asignado a la compañía de ametralladoras del 11 Batallón, perteneciente al Regimiento de Infantería 23 “América”. El comandante de la compañía era el capitán provisional Manuel Ibañez Rodriguez. El del batallón el capitán accidental Pedro Huertas del Pino.
Tras la instrucción marchó a Pamplona. Aquí dice que ya se oían disparos, pero mi impresión es que el frente todavía quedaba a cierta distancia. En la ciudad le llamó la atención la cantidad de peleas entre moros y legionarios. Estos últimos gritaban el famoso “A mí la legión” para que los compañeros le ayudasen. De los navarros siempre tuvo un buen recuerdo, decía que eran gente muy buena y simpática. Allí conoció a un cocinero que era capaz de lanzar al aire una tortilla, girarse la vuelta entera y volver a coger la tortilla con la sartén. Nunca se le cayó, para chasco de mi abuelo.
Delante de un café, fecha desconocida.
Según sus archivos personales, el Regimiento salió hacia el frente de Huesca. El regimiento estaba integrado en la 3° División Navarra. Por lo que contaba en la división había un Tercio de requetés, un tabor de regulares y un batallón de ametralladoras. Luego busqué más detalles y no era así. En la guerra hubo muchos cambios en las plantillas, por lo que es difícil detallar la estructura.
Durante el avance había poco agua que beber. Les daban vino con chocolate (un vaso). A uno casi le matan porque se acercó a una arrollo y le dispararon 3 veces. Entonces hubo que esperar a la noche para beber; esa agua le supo mejor que la cerveza, la mejor de su vida.
Nunca dio detalles específicos sobre donde combatió, sólo que en la Bolsa de Bielsa. Había una posición que tomaban por la noche y de día la perdían. Recordaba que veía pasar los aviones a baja altura pensando “la que se va a liar”.
Hubo varias ocasiones en las que pasó mucho miedo. Una vez se perdió con
varios compañeros y una mula porque había mucha niebla, y aparecieron
en tierra de nadie. Por suerte pudieron dar la vuelta y encontrar el
camino. En otras ocasión coincidió que hubo un par de deserciones cuando
estaban en una situación vulnerable (falta de soldados si recuerdo
bien). Y “en Sabiñánigo con el arma en vilo porque no había batallón de cobertura”.
Puente de Sabiñanigo, 6-1-1938
Una anécdota que me contó muchas veces fue la de un compañero de su unidad. Estaba de guardia y debía de ser un día con poca visibilidad. En cierto momento se tumbó a tierra en la trinchera diciendo que había visto a 40 hombres, cuando en realidad no había nadie. El oficial estaba al lado suyo y le decía al soldado “Venga, al puesto”, mientras le levantaba por el pescuezo. El pobre hombre medio llorando le decía “es que yo no tengo valor mi capitán”.
Merece la pena destacar que el invierno de 1937/38 fue durísimo, uno de los más fríos de los 30. Años después recordaba como después de lavarse la cabeza, se peinaba y ya le aparecía escarcha. Tampoco había ninguna comodidad. Para hacernos una idea, le tocaba dormir en sitios que eran como las obras de un parking subterráneo donde había llovido.
Sobre el armamento que utilizaba pude hablar bastante. Primero utilizaron unas ametralladoras alemanas, “pesaban menos que un bolígrafo”, “ligeras como un lápiz”, pero la uña extractora se rompía. Creo que la intentaron soldar pero no dio resultado. Su opinión general era que “no valía ni para tomar por el culo”.
De las armas rusas tuvo mucha mejor opinión. Eran pesadas -¡más que él!, pero muy seguras. Se montaban sobre un trípode y la dotación era de cinco personas: 3 llevaban munición, el cabo disparaba, y otro utilizaba un fusil para proteger. La refrigeración era por agua, y el caldero también se utilizaba para hervir el agua y matar piojos. La munición era en una caja de chapa con una cinta. El calibre era de fusil. Él era uno de los cargadores.
Hace tiempo busqué información sobre estas ametralladoras. La “alemana” podría ser la MG 13 Dreyse. También podría ser una Bergmann MG15 o incluso una Carcano de 6.5mm. Para la “rusa” hay varios candidatos. Él puede que se refiriese al modelo como ruso porque fueron capturadas a la república, pero no tiene porqué venir de la URSS. Hay varios modelos: la Schwarzlose mod.07/1 austriaca, la MG.08 alemana, Fiat Revelli 1914 italiana, y la Maxim 1910 soviética. La siguiente foto muestra un par de modelos.
Compañía de ametralladoras del 11 Batallón junto al puente de Sabiñanigo, 12-2-1938. A destacar los modelos de ametralladoras y la bandera en el fondo de la foto.
En una ocasión una ametralladora casi le
cuesta un buen disgusto. Estaba haciendo alguna tarea de mantenimiento
en una. Las balas deberían haber sido retiradas, pero alguien dejó un
par de ellas. Al apretar el gatillo el arma se disparó y casi mata a dos
italianos que estaban jugando a las cartas.
Como
es de esperar, no les hizo mucha gracia… supongo que sería una de las
razones por las que siempre bromeaba sobre las “aptitudes” de los
italianos. “No servían para nada, sólo para dejar embarazadas en cada esquina”. “No tenían lo que hay que tener”.
Otra arma de la que me habló fueron los morteros. En su unidad había sección de 81mm y otros más ligeros, conocidos como “criminales”, ya que perdían velocidad y caían verticalmente. En una prueba con un mortero de 81mm hubo un accidente al fallar la espoleta. Varios trozos de uno le alcanzaron la pierna. Rápidamente el oficial le mandó al río para que se limpiase con la ayuda de un compañero.
En Bielsa redujeron la bolsa “hasta que quedaron 12 milicianos”. Muchos se pasaron a Francia. De estas batallas guardaba una excelente impresión de los soldados moros. “había 8 y parecía que eran 80”. Tomaron peña Escabia y peña Juliana. A algunos soldados les pillaron jugando a las cartas.
Foto tomada en la cota 1.062, marzo de 1938. A destacar el casco del soldado.
Parece que en su unidad los moros también se dedicaban a vender cosas para sacar algo de dinero. Una vez le pidió a uno si podía darle algo de salchichón, que tenía mucha hambre. El moro le respondió que si no tenía dinero, nada de nada. Desde entonces le pilló manía al salchichón; y al pan duro, que era lo que le daban.
En otra ocasión, varios robaron una botella de anís a un moro, que estaba de espaldas. Este llamó al capitán de otro batallón y le dijo: “Me han robado una botella de anís y han sido estos”. Luego el oficial les decía a los soldados: “Pero hombre, como se os ocurre robar a un moro ¿No veis que tienen un ojo en la espalda?”
El escribir a casa era algo muy importante. Además de la familia y amigos tenía dos madrinas. Una de ellas era de Galicia. En una mañana podía escribir 4 cartas con un plato de mesa y el periódico. Dos de las cartas eran para amigos, otra para su familia y otra para una madrina. Una de las madrinas escribía tanto que a veces se quedaba sin papel y seguía en el sobre.
Fotos tomandas en el puente de Sabiñanigo, 6-1-1938.
Merece la pena recordar que por aquella época no todo el mundo sabía escribir, por lo que también escribía las cartas para algunos que eran analfabetos. A veces le tocaba escribir a la novia de alguno. Cuando preguntaba lo que querían contar, le decían “¡Pon lo que quieras!”. En otra ocasión cuando terminó de escribir la carta para uno otro se la quitó de las manos para enviársela a la suya. La verdad es que siempre sintió pena por ellos, “pobres diablos” decía. Otros en cambio eran bastante más cabrones y escribían barbaridades, como peticiones de boda, para la cual ya estaba todo organizado, con vacas para regalar y todo.
La disciplina en su unidad era dura. Alguna vez me comentó que los oficiales podían dar una orden con la pistola en mano y amenazando (por haber entrado en una finca a recoger fruta de árboles). Con los permisos eran algo flexibles porque en aquella época tardabas varios días en llegar a casa. Cuando tenía uno podía añadir un par de días extraoficiales sin demasiados problemas. Un compañero suyo andaluz añadió un par de semanas y al volver le mandaron a alguna unidad especial o de castigo. Recuerda que lloraba de manera desconsolada.
A uno de sus oficiales le recordaba por el nombre. Se llamaba José Rodríguez, y era de Monforte de Lemos, Galicia. Tenía una hermana muy guapa, Concepción -Conchita-. El día de la Purísima, santo de la hermana, le compró un brazalete, y le dijo a mi abuelo que lo enviase, pero no quería por si se perdía. Al final fueron los 2 y no llegó el paquete, y eso que tenía resguardo. Menos mal que no lo hizo él solo porque podría haber pensado que lo había robado o hecho mal.
Cuando volvió a casa algunos casi ni le reconocían por lo delgado que estaba. Un vecino al que paró a saludar antes de llegar a casa le abrazó y levantó como si fuese un niño. Volver a la rutina era complicado después del frente. Según sus hermanos no le gustaba comer en la mesa ni dormir en la cama; en pocas palabras “vino raro”.
Cuando le pregunté simplemente me dijo que cuesta acostumbrarse porque estas todo el día durmiendo y comiendo en el suelo, aunque puede ser porque una vez comiendo le cayó una granada cerca, matando a varios compañeros. Esto lo supe por sus hermanos.
Iglesia destruida en Sobás, 28-5-1938.
En el frente también había periodos de mucho aburrimiento, en el que se estaba en una posición sin nada que hacer. Las bromas eran comunes. Una de ellas consistía en colgar un trozo de carne de cerdo junto a la entrada de un cobertizo, de tal manera que la carne te golpeaba la cara al entrar. La broma no sería tan graciosa si no fuera por los moros, a quienes les resultaba muy ofensiva. Alguno hasta se revolcó por el suelo mientras juraba en hebreo y arameo.
Tras Bielsa salió hacia Teruel el 25 de junio (San Juan), donde llegó el 7 de julio. Al terminar la guerra fue de Requena a Murcia, pasando por Albacete. Como veterano le correspondieron la medalla de campaña, la cruz roja y una cruz de guerra. Cuando me lo contó bromeaba porque ninguna estaba pensionada, así que de poco servían.
Los del primer semestre de su quinta tuvieron suerte, porque los desmovilizaron a los pocos días. A los del segundo semestre: "primero pasaron unos días, luego unas semanas, luego unos meses… y así hasta veintidós meses".
El final de la guerra motiva varios cambios en la estructura del ejército, y muchas unidades son disueltas. El 12 de septiembre pasó al Regimiento de Infantería 24 “Bailén”, pero este es disuelto y a finales de septiembre pasa al Regimiento de Infantería 10, de nueva creación. En estos meses se dedica a tareas de vigilancia y seguridad en la provincia de Castellón.
Foto tomada en las fiestas de San Blas, 8-5-1940.
El 3 de febrero de 1940 su unidad marcha al destacamento de Burriana, donde presta servicio de vigilancia y custodia de cárceles. En julio pasa a la compañía de ametralladoras del 1° Batallón, en Castellón de la Plana. De este periodo nunca habló demasiado, no debía de ser agradable vigilar a presos en aquella época. En cambio Burriana le pareció un sitio estupendo, y volvió de visita muchos años después.
Otro buen recuerdo fue poder ir a un concierto de Concha Piquer. Los soldados entraban gratis así que había más militares que público. Algunos de los soldados debían de estar de guardia, por lo que al día siguiente hubo una bonita discusión en la unidad.
Playa Malvarrosa, Valencia. Una curiosidad, los bañadores son alquilados.
En febrero de 1941 se produce un enorme incendio en Santander. Se enteró por un periódico que tenía un oficial. Este lo intentó esconder para que antes hablase con su familia, a ver si estaban todos bien, pero mi abuelo lo cogió y lo leyó entero.
Con varios compañeros, fecha desconocida.
Curiosamente, cuando Alemania invadió la URSS se pidieron voluntarios para ir a luchar a Rusia. Él no fue porque ya había tenido suficiente y no se le había perdido nada allí, pero un compañero suyo firmó. Intentó hablar con él para convencerle de que no fuera, porque allí no era sólo la guerra sino también el clima, pero terminó yendo. Parece que tenía problemas personales y se quería marchar.
El 28 de noviembre es licenciado y vuelve a Cantabria. Hasta 1955 seguiría en la reserva en el Regimiento de Infantería 23 “Valencia”, basado en Santander.
Con esto termina el relato. Agradecería cualquier detalle sobre la campaña, armamento, informaciones de familiares, anécdotas etc etc. No existe demasiada información en internet sobre el tema.
Fuentes y enlaces de interés:
Me gustaría agradecer a varios miembros del foro
El Gran Capitán su
ayuda con este tema, en especial a Mencey, que me ayudó a encontrar la
documentación y posteriormente con las fotografías/datos.
Notas:
(1) Esto sin duda que le salvó de un
buen problema porque muchos eran llevados a un barco-prisión en
Santander. Posteriormente muchos presos murieron linchados porque una
muchedumbre entró en el barco buscando venganza tras un bombardeo del
barrio obrero por la fuerza aérea franquista. Curiosamente, un familiar
de mi abuela se salvó escondiéndose en la chimenea.
(2) Esto dejó más anécdotas en la familia de mi abuela, protagonizadas por italianos.
Apéndice 1: Documentos
He hecho copias de algunos documentos que guardaba. Siempre es curioso leer las cartas y documentos de la época.